Site hosted by Angelfire.com: Build your free website today!
El orgasmómetro
El orgasmómetro

  A veces voy a la copistería de Ana. Me hace un precio razonable y excelentes
copias. Además, como es una mujer culta y de mente abierta, casi siempre
aprendo algo.

  Una tarde, hace meses, fui a que me hiciera un trabajo. Mientras se hacía
me contó que había probado un curioso aparato con el que uno se acariciaba
la cabeza y experimentaba una sensación muy agradable y relajante.

  En esto que llega una clienta y entra en la conversación. Resulta que ella también
lo había probado con los mismos resultados. Como costaba 12 euros ninguna se
había decidido a comprarlo. Era, según decían, un poco caro para lo que daba.

  Me lo describió con un croquis porque era muy simple: un mango de cuyo extremo
salían radialmente unas ocho varillas metálicas arqueadas, de un palmo de longitud.
En cada extremo tenían una bola metálica pulida de un cm de diámetro. Algo así
como un pulpo con cuerpo de madera y patas metálicas.

  Las bolas quedaban en una circunferencia que podía abarcar una cabeza y al usarlo,
con el mango por arriba, vertical, subiendo y bajando, se podía uno frotar una zona
desde la frente a la nuca en redondo, lo que toca normalmente una diadema o el
borde de una gorra o sombrero.

  Al cabo de unos cuantos roces se producía la mencionada sensación relajante, que
recordaba un orgasmo, lo que había dado pie a la imaginación popular para asignarle
el nombre de orgasmómetro. No porque midiera nada, sino porque a bulto tiene un
parecido con algún aparato de laboratorio de física escolar, como los que se usan
para electricidad estática y de ahí el sufijo "-metro".

  En otra ocasión vi una imagen de la técnica de relajación "shiatsu" y viene a ser lo mismo,
pero acariciando con la punta de los dedos.

  Me pareció curioso y, ya que ambas coincidían, verídico, pero me dejó perplejo porque
no me podía explicar cómo actuaba el aparatejo. Nada importante, pero era al menos
intrigante. Aparentemente existía una estructura nerviosa preparada para percibir dicha
sensación, pero no tenía objeto. Aunque a veces el sistema nervioso tiene "cables cruzados"
sin ninguna utilidad, el hecho de que produjera placer inducía a suponerle un propósito.

  Me marché pensando que no había por dónde abordar la cuestión, pero al cabo de un
par de horas se me vino a la cabeza. Volví a la tienda y le dije a Anna que ya tenía la
solución, pero que no se la podía comunicar de momento. Tenía que tener paciencia.
No le hizo mucha gracia pero le argumenté que era tan sorprendente que me perdonaría
la tardanza.

  Al día siguiente vi que lo había comprado. Ni me lo ofreció ni se lo pedí. Ya sabía lo que
era y no estoy para frivolidades.

  Partiendo de que debía tener alguna utilidad llegué a la conclusión de que no la podía
comprender porque no era de uso cotidiano, pero en alguna circunstancia debió tenerla.
Dando marcha atrás al reloj de la vida, repasando etapas anteriores si encontrar lógica
alguna, continué buscando hasta que llegué, conceptualmente, a mi nacimiento y más
atrás.

  No tenía sentido en la etapa fetal, pero sí en el parto. Es un momento delicado y ocurren
cosas sin aparente sentido. Por ejemplo, las contracciones uterinas, algo cuya utilidad
nunca comprendí y que me pareció un sufrimiento inútil. Otro detalle, el hecho de que en
las últimas semanas del embarazo el feto se posiciona con la cabeza hacia abajo,
mientras que anteriormente estaba hacia arriba.

  La posición hacia abajo favorece el parto porque la cabeza es la parte más voluminosa y,
saliendo, el resto es coser y cantar. Los partos, cuando vienen pies por delante son peligrosos,
porque la cabeza queda aprisionada.

  Está claro la conveniencia de salir de cabeza, pero hasta ahora no parece que se sepa
cómo se produce la orientación adecuada del feto.

  Mi conclusión es que tenemos programada, genéticamente, en la zona coronal una
estructura nerviosa conectada con el centro del placer. Las contracciones uterinas frotan
esa zona y el feto acaba buscando la posición en la que se encuentra más estimulado.

  Luego, en las últimas horas, las contracciones se van haciendo más frecuentes,
con gran sufrimiento para la madre, pero un auténtico orgasmo para el bebé, que no se
mueve ni un milímetro de tan confortable posición. La intensa sensación placentera
inhibe cualquier reacción de miedo a salir al mundo de forma tan traumática y cuando
nos venimos a dar cuenta, ya estamos en él.

  Así pues, el orgasmómetro no daría otra cosa que el placer de nacer.

      Retorno a la página principal